Aquí, en la región, todo es posible.
Pero mientras estemos, nuestros proyectos
de vida siguen y son cómo defender  a la población civil
Germán Castro Caycedo

“Que la muerte espere”


En la tarde  del 6 de septiembre del 2008,  disfrutando de un café, escuchamos unas fuertes detonaciones como de bombas, que inmediatamente nos hizo pensar a todos los que estábamos en el mesón comunal, que los rebeldes ya venían en camino a tomar nuestro pueblo en su poder, nuestra industria, nuestros víveres y nuestras mujeres; nos apresurámos como golondrinas anunciando un vendaval,  a entrar la ropa aunque estuviera húmeda, por si nos tocaba salir urgente con solo nuestras mayores pertenencias: nuestra vestido y nuestros sueños.
Nuestros miedos eran  veloces igual que un pájaro,  si escuchábamos un ruido como un bum, o un pam, saltábamos sin pensar en nada, solamente en escapar y salir ilesos; nuestros pensamientos  siempre estaban en suspenso y como una bomba siempre podían estallar.
Vivíamos al borde del pánico, en Noanamá  todo momento era preciso para perder la calma, antes no éramos así, solo es que los tiempos cambian y mi pueblo es como un hombre, con costumbres, ideas, pasiones y debilidades.

Pero esos sonidos de bomba que escuchamos fueron causados por Carmelo, el hijo de la señora Leonor Padilla, ya que mezclo 2 gaseosas colombianas, con 2 botellas de la misma cantidad de gasolina, y le prendió fuego. Eso produjo un efecto Nepal, que consumió las plataneras, y que se expandió hasta la reserva de gas natural, que hacemos con basura y excremento de cerdo y que esta tapada bajo tierra, explotando y   causando gran conmoción en la comunidad.

Esa tarde, no llovió ranas, ni sangre, ni pájaros del cielo, sino basura y excremento animal.
Los vecinos de Puerto Murillo, el poblado contiguo, creyeron encontrar las respuestas a sus oraciones, cuando pedían que sus cosechas fueran bendecidas para que aumentaran sus trueques y ventas;  salieron de su grupo de oración shamanico viendo como caía mierda del cielo sobre sus terrenos sembrados de caña de azúcar, arroz y banano, recibiendo así abono orgánico de la  mejor calidad para el alimento de sus tierras.

El Jaibaná (shaman del pueblo), lo tallo (profetizó) en una tabla; fueron figuras humanas que con sus manos levantadas miraban al cielo y la lluvia caía sobre sus rostros; todo lo que el shaman profetizaba quedaba registrado en esculturas  de madera tallada y si pasaba a hechos lo que  la figura expresaba entonces el rezandero era veraz.

Acá en Noanamá no teníamos guías “Jaibanás ” como en Puerto Murillo, sino que hasta donde tenemos conciencia, la orden de las Lauritas entró con la religión cristiana, y posteriormente el catolicismo se arraigó con todo su sistema de templos e iniciación a los ritos sagrados.

Mientras allá eran “bendecidos” nosotros acá pensábamos que el pueblo ya estaba siendo tomado por los guerrilleros, y decidimos que no correríamos a refugiarnos en la iglesia del pueblo, porque no queríamos que nos cayera un cilindro bomba encima y nos matara a todos; dicen que nunca cae un rayo dos veces en un mismo lugar, pero curiosamente no sé porque pensábamos que acá en Noanamá podría llegar a caer hasta 4 veces un rayo en un mismo lugar.

Queríamos librarnos de este mal, (el del miedo imaginario) pero  aun así no íbamos a la iglesia porque no encontrábamos respuesta allí, el cura era de izquierda, de esos que nos hacía pensar  que bajo su sotana podía guardar tanto un pedazo de pan para el necesitado, como una metralleta para aterrorizar al opresor.

Me acuerdo que siempre predicaba liberalmente desde el pulpito de un tal Gustavo Gutiérrez, y muy pocas veces de Jesucristo, siempre lanzaba frases de un tal Camilo Torres y nos decía que debíamos adorarlo como a un santo porque poseía dones para liberar, y que sus ideas eran doctrinas de valor, pero esto no nos ayudaba porque eran ideas de hombres muertos, así que no encontrábamos la respuesta a dejar de sentir este miedo tan paralizante y angustioso que nos dejaba a la intemperie de los guerrilleros o a merced de nuestro destino.

Nos encomendábamos a los santos con los cuales nos identificábamos, con San Martin de Porres que era Peruano, y otro llamado Benkos Biohó que era Colombiano. Teníamos fe en ellos, y no en los hombres, solo ellos  y nuestros sueños era lo que nos mantenía en pie. Éramos una comunidad agrícola, que trabajaba la tierra,  nos sentíamos parte de ella, nuestro color de piel nos hacía amar más a nuestra madre tierra, no podíamos mirar el cielo, sin antes mirar la tierra y trabajarla.

Gracias a Dios que solo era el miedo imaginario eso de las detonaciones que acabamos de escuchar, descansamos  de la angustia,  no sin enfadarnos un poco, cuando nos dimos cuenta de que había sido Carmelo, el hijo de Leonor Padilla, el causante de nuestros miedos que producían fantasmas, demonios y guerrilleros.

Algunos días antes de este incidente no podíamos dormir, producto del miedo; el shaman de Puerto Murillo, paso un día por Noanamá  en canoa, y nos trajo en una talla de madera un búho con sus alas abiertas, el cual traducimos como que el dios del sueño nos estaba castigando y había enviado a su ave representativa para indicarnos que nunca podríamos dormir.
Marcial  y yo tomamos al Jaibaná y lo lanzamos de la canoa al rio san Juan, y al Búho lo metimos en un horno el cual avivo la el fuego que cocinaba lentamente un rico sancocho de carne con yuca.

Luchar con el cuerpo para poder dormir al menos unas horas era algo digno de hacer, eran sacrificios verdaderos, y todo para no tener que pensar siempre en todas las maneras inimaginables de como esos grupos rebeldes podían dañarnos y dejarnos sin tierras y sin destino; pensábamos como podían destruirnos pero no pensábamos nunca como defendernos ni organizarnos; el chinchorro era nuestro paraíso terrenal, el descanso nuestra filosofía de vida.

Ninguna persona de esta comunidad estaba preparada para hacer frente a nada inusual, con riesgo contactamos un día al gobernador del  Choco, y nos declaramos Comunidad de Paz, e inmediatamente el bloqueo económico se empezó a sentir. Optamos por el trueque; Cambiábamos cuchillos, cucharas, platos y tazas con los indios Emberá Tadó, por maíz, caña,  arroz y carne. Todo  sin malicia, todo mano a mano, sin ningún intermediario.

Todos los que vivimos en este poblado somos descendientes de herreros, campesinos,  cazadores, recolectores, pescadores y labradores que no han visto futuro más prometedor para su familia que trabajar la tierra y pasarla a la siguiente generación, y defenderla a toda costa de los que piensan hacer mal uso de ella.

Escuche  de un pueblo que estaba en peligro de ser conquistado y arrasado, y que estos para protegerse y defenderse convirtieron sus herramientas agrícolas en armas de defensa: azadones, palas, picas, morteros, machetes, trinches, varas, cuchillos, por espadas, lanzas, sables, dardos, mazos, martillos y escudos y que después de la victoria concedida por su creatividad, nunca más volvieron las armas, elementos de trabajo de tierra, sino que se dedicaron a invadir a otros pueblos expandiéndose, usurpando, dañando, y tomando lo que no les pertenecía.

Así que por lógica la guerra  nunca traía la paz, sino una turbia economía y ambiciones desmedidas por saciar ese instinto animal que posee el hombre adentro;  por eso nos declaramos Comunidad de Paz, aun sabiendo los costos del desprecio civil, pero con la conciencia de ser hombres que no participarían en la guerra,  ni colaborar con ningún actor armado. Para identificarnos como hombres de paz, poníamos encima de nuestros techos rectangulares una figura cerámica de un jarro, que representaba el “biche” nuestro vino, que representaba el gozo y la paz.

Cualquiera que pasara por Noanamá en canoa, atracaba en el puerto, descansaba en nuestra desinteresada hospitalidad y bebía nuestro vino, hecho de tubérculos, raíces y frutas de la región.

Publicado por Diego Firmiano sábado, 16 de julio de 2011 0 comentarios


I

El Nadaísmo es un estado del espíritu revolucionario, y excede toda clase de previsiones y posibilidades.

II

Se ha considerado a veces al artista como un símbolo que fluctúa entre la santidad o la locura.

Queremos reivindicarlo diciendo de él que es un hombre, un simple hombre, que nada lo separa de la condición humana común a los demás seres humanos.

Y que sólo se distingue de otros por virtud de su oficio y de los elementos específicos con que hace su destino.

El artista es un ser privilegiado con ciertas dotes excepcionales y misteriosas con que lo dotó la naturaleza. En él hay satanismo, fuerzas extrañas de la biología, y esfuerzos conscientes de creación mediante intuiciones emocionales o experiencias de la historia del pensamiento.

Su destino es una simple elección o vocación, bien irracional, o condicionada por un determinismo bio-psíquico-consciente, que recae sobre el mundo si es político; sobre la locura si es poeta; o sobre la trascendencia si es místico.

III

Trataré de definir la poesía como toda acción del espíritu completamente gratuita y desinteresada de presupuestos éticos, políticos o racionales que se formulan los hombres como programas de felicidad y de justicia.

Este ejercicio del espíritu creador originado en las potencias sensibles, lo limito al campo de una subjetividad pura, inútil, al acto solitario del Ser.

El ejercicio poético carece de función social o moralizadora. Es un acto que se agota en sí mismo, el más inútil del espíritu creador. Jean-Paul Sartre lo definió como la elección del fracaso.

La poesía es, en esencia, una aspiración de belleza solitaria. El más corruptor vicio onanista del espíritu moderno.

VI

Rectificamos el viejo concepto americanista de que un pueblo es joven en virtud de sus paisajes. Lo es en razón de sus ideas y de su evolución espiritual.

La decrepitud no es un concepto de la vejez del mundo físico, sino la caducidad del espíritu resignado, incapaz de evolucionar hacia nuevas formas de vida y de cultura.

América es vieja desde su nacimiento. Por culpa de sus descubridores y su herencia, su nacimiento significó para la Historia una especie de muerte. O más exactamente, un aborto imperfecto para la vida. En tal forma que ella no ha nacido culturalmente por su cuenta, nutriéndose como se nutre de una vejez cansada y esterilizante transmitida por el cordón umbilical de su idioma y de sus creencias.

Ante el dilema de ser o de no ser, de elegir una cultura por separada con sentido universal, ¿qué significa para la cultura de América tallar sapos, revivir mitos, incrementar las supersticiones, retener el tiempo olvidado, la prehistoria, si aún no cuenta ni determina nada su cultura en el devenir de las ideas contemporáneas?

Detenerse en el pasado con un asombro contemplativo, evidencia el complejo de América ante un mundo evolucionado que decide su destino y su supervivencia histórica y biológica, mediante las actuales revoluciones sociales y conquistas científicas del espacio que se disputan el predomino político de la Tierra.

América no puede anclarse en lo regional, en lo folclórico, en la tradición mítica. Eso sería un aspecto de su desarrollo intelectual y artístico pero no puede decidir su destino y su historia sobre estas formas inferiores de su desarrollo. América debe superar el complejo de su infantilismo espiritual. De otra manera nos quedaríamos en la Edad de la Rana y la Laguna, en tanto que la técnica científica ha fijado estrellas en el espacio cósmico.

Ningún pueblo, ningún continente viejo o nuevo puede elegir su destino por separado. La más leve onda del mar de la Historia contemporánea agita con su movimiento el porvenir de los pueblos, y decide su suerte o su desgracia.

Una cultura solitaria, desvinculada de los intereses universales, es imposible de concebir. Nadie puede evadirse, ni eludir el papel que representa en el mundo moderno. Todo se relaciona de una manera profunda en esta época en que el simple hombre encarna una misión en la historia: su acción o su indiferencia implican una conducta de inmensas responsabilidades éticas, y al aceptarla o negarla, se salva o se condena.

Ya no podemos aceptar como sentido moral de la existencia, aquel pensamiento agonista de Kierkegaard: “Sea como sea el mundo, yo me quedo con una naturalidad original que no pienso cambiar en aras del bienestar del mundo”.

VIII

Hemos renunciado a la esperanza de trascender bajo las promesas de cualquier religión o idealismo filosófico. Para nosotros éste es el mundo y éste es el hombre. Otras hermenéuticas sobre estas verdades evidentes carecen de sentido humano. Las abstracciones y las entelequias sobre el Ser del hombre, caen en el domino de la especulación pura y del simbolismo metafísico, producto natural del anhelo del hombre por trascender su entidad concreta, y fijarla en una forma ideal, más allá de todo límite espacial y temporal. Este anhelo corresponde a su naturaleza idealista y poética que quiere cristalizar la esencia del Ser en lo absoluto, en el eterno. Proponer esa ilusión para después de la muerte es la misión de las religiones.

Nosotros creemos que el destino del hombre es terrestre y temporal, se realiza en planos concretos, y sólo un dinamismo creador sobre la materia del mundo da la medida de su misión espiritual, fijando su pensamiento en la historia de la cultura humana.

El hombre es lo Absoluto en la medida casual y no necesaria entre el accidente de su principio y de su fin. Este criterio excluye toda posibilidad de trascendencia. El hombre elige sobre sus posibilidades inmediatas esta tierra: la inmanencia.

La metafísica es una investigación sobre la muerte y sobre las posibilidades trascendentes de la existencia. O mejor dicho, es una evasión del Ser hacia el mismo Ser que se conoce. Es por eso la creación de un mundo para sí, completamente ajeno al devenir histórico, que es terreno privativo de la política, que significa compartir el mundo con los otros.

Por consiguiente, la única “utilidad” de la metafísica es el pensar sobre la muerte, porque el pensar sobre la vida es, precisamente, la política.

Por su carácter esencial sobre las ideas irreductibles a la vida, la especulación pura no nos interesa como aspiración de trascendencia. Pues nunca esa imagen del mundo que resulta del ejercicio metafísico conduce a soluciones sociales y terrestres de justicia, perfección o felicidad humana. Por el contrario. su consecuencia es la desesperación y el desorden.

XI

La libertad es, en síntesis, un acto que se compromete. No es un sentimiento, ni una idea, ni una pasión. Es un acto vertido en el mundo de la Historia. Es, en esencia, la negación de la soledad.

XIII

Destruir un orden es por lo menos tan difícil como crearlo. Ante empresa de tan grandes proporciones, renunciamos a destruir el orden establecido. La aspiración fundamental del Nadaísmo es desacreditar ese orden.

Al intentar este movimiento revolucionario, cumplimos esa misión de la vida que se renueva cíclicamente, y que es, en síntesis, luchar por liberar al espíritu de la resignación, y defender de lo inestable la permanencia de ciertas adoraciones.

En esta sociedad en que la mentira está convertida en orden, no hay nadie sobre quién triunfar, sino sobre uno mismo. Y luchar contra los otros significa enseñarles a triunfar sobre ellos mismos.

La misión es ésta:

No dejar una fe intacta, ni un ídolo en su sitio. Todo lo que está consagrado como adorable por el orden imperante será examinado y revisado. Se conservará solamente aquello que esté orientado hacia la revolución, y que fundamente por su consistencia indestructible, los cimientos de la sociedad nueva.

Lo demás será removido y destruido.

¿Hasta dónde llegaremos? El fin no importa desde el punto de vista de la lucha. Porque no llegar es también el cumplimiento de un destino.

Publicado por Diego Firmiano sábado, 9 de octubre de 2010 0 comentarios


"Habiamos velado toda la noche -mis amigos y yo- bajo lámparas de mezquita de cúpulas de bronce calado, estrelladas como nuestras almas. pues como ellas estaban irradiadas por el cerrado fulgor de un corazón eléctrico. Habiamos pisoteado largamente sobre opulentas alfombras orientales nuestra atávica galbana. discutiendo 1 ante las fronteras extremas de la lógica y ennegreciendo mucho papel con frenéticas escrituras.

Un inmenso orgullo henchía nuestros pechos, pues nos sentíamos los únicos, en esa hora, que estaban despiertos y erguidos. como faros soberbios y como centinelas avanzados, frente al ejército de las estrellas enemigas. que nos observaban desde sus celestes campamentos. Solos con los fogoneros que se agitan ante los hornos infernales de los grandes barcos, solos con los negros fantasmas que hurgan en las panzas candentes de las locomotoras lanzadas en loca carrera, solos con los borrachos trastabilleantes con un inseguro batir de alas a lo largo de los muros.

De repente, nos sobresaltamos al oir el ruido formidable de los enormes tranvías de dos pisos, que pasaban brincando, resplandecientes de luces multicolores, como los pueblos en fiesta que el Po desbordado sacude y desarraiga de repente para arrastrarlos hasta el mar sobre las cascadas y a través de los remolinos de un diluvio.

Luego el silencio se hizo más profundo,. Pero, mientras escuchábamos el extenuado borboteo de plegarias del viejo canal y el crujir del hueso de los palacios moribundos sobre sus barbas de húmeda verdura, de súbito oímos rugir bajo las ventanas los automóviles famélicos.

«¡Vamos! -dije yo-. ¡ Vamos, amigos! Finalmente, la mitología y el ideal místico han sido superados. Estamos a punto de asistir al nacimiento del Centauro y pronto veremos volar a los primeros Angeles!.. ¡Habrá que sacudir las puertas de la vida para probar sus goznes y sus cerrojos!... ¡Partamos! ¡He aquí, sobre la tierra, la primerísima aurora! ¡No hay nada que iguale el esplendor de la roja espada del sol. que brilla por primera vez en nuestras tinieblas milenarias !».

Nos acercamos a las tres fieras resoplantes para palpar amorosamente sus tórridos pechos. Yo me recosté en mi automóvil como un cadáver en el ataúd, pero en seguida resucité bajo el volante, hoja de guillotina que amenazaba mi estómago.

La furibunda escoba de la locura nos arrancó de nosotros mismos y nos lanzó a través de las calles, escarpadas y profundas como lechos de torrentes. Aquí y allá, una lámpara enferma tras los cristales de una ventana nos enseñaba a despreciar la falaz matemática de nuestros ojos perecederos.

Yo grité: «¡El olfato. A las fieras les basta con el olfato!»

Y nosotros, como jóvenes leones, seguíamos a la Muerte de pelaje negro y manchado de pálidas cruces que corría por el vasto cielo violáceo, vivo y palpitante.

Y, sin embargo, no teníamos una Amante ideal que irguiera hasta las nubes su sublime figura, ni una Reina cruel a la que ofrendar nuestros despojos, retorcidos a guisa de anillos bizantinos. Nada para querer morir, sino el deseo de liberarnos finalmente de nuestro valor demasiado pesado.

Y corríamos, aplastando en los umbrales de las casas a los

perros guardianes que se redondeaban bajo nuestros neumáticos hirvientes, como cuellos almidonados baío la plancha. La Muerte, domesticada, se me adelantaba en cada curva para tenderme su garra con gracia y, de vez en cuando, se echaba al suelo con un ruido de mandíbulas estridentes, lanzándome desde cada charco miradas aterciopeladas y acariciadoras.

«¡Salgamos de la sabiduría como de una horrible cáscara, y lancémonos como frutos sazonados de orgullo dentro de la boca inmensa v torcida del viento!... ¡Démonos en pasto a lo Ignoto, no ya por desesperación, sino sólo para colmar los profundos pozos de lo Absurdo !»

Apenas había pronunciado estas palabras, cuando bruscamente me di media vuelta, con la misma ebrierlad loca de los perros que quieren morderse el rabo, y he aquí que, de repente, vinieron a mi encuentro dos ciclistas, que me disputaron la razón, ambos persuasivos y, sin embargo, contradictorios. Su estúpido dilema discutía mi territorio... ¡Qué lata!... Seguí y por el disgusto me arrojé con las ruedas al aire en un foso...

¡Oh! ¡Foso materno, casi lleno de agua fangosa! ¡Hermoso foso de botica! Degusté ávidamente tu cieno fortificante, que me trajo a la memoría la santa mama negra de mi nodriza sudanesa... Cuando me alcé -andrajo sucio y maloliente- de debajo del coche volcado, me sentí atravesar el corazón. deliciosamente. por el hierro ardiente de la alegría.

Una muchedumbre de pescadores armados de cañas de pescar y de naturalistas gotosos se alborotaba ya en torno al prodigio. Con cuidado paciente y meticuloso, aquella gente montó altos armazones y enormes redes de hierro para pescar mi automóvil, semejante a un gran tiburón varado. El coche salió lentamente del foso, abandonando en el fondo, como escamas, su pesada carroceria de sentido común y 5W mórbidos enguatados de comodidad

Creian que estaba muerto, mi hermoso tiburón, pero una caricia mía fue suficiente para reanimarlo, y ¡helo aquí resucitado helo aquí corriendo de nuevo sobre sus poderosas aletas! .

Entonces, con el rostro cubierto del buen fango de los talleres empaste de escorias metálicas, de sudores inútiles, de hollines celestes-, nosotros, contusos y con los brazos vendados, dictamos nuestras primeras voluntades a todos los hombres hijos de la tierra:

1. Nosotros queremos cantar el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad.

2. El valor, la audacia, la rebelión serán elementos esenciales de nuestra poesía.

3. Hasta hoy, la literatura exaltó la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño. Nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso ligero, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo.

4. Nosotros afirmamos que la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un automóvil de carreras con su capó adornado de gruesos tubos semejantes a serpientes de aliento explosivo..., un automóvil rugiente que parece correr sobre la metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia.

5. Nosotros queremos cantar al hombre que sujeta el volante, cuya asta ideal atraviesa la Tierra, ella también lanzada a la carrera, en el circuito de su órbita.

6. Es necesario que el poeta se prodigue con ardor, con lujo y con magnificencia para aumentar el entusiástico ferv9r de los elementos primordiales.

7. Ya no hay belleza si no es en la lucha. Ninguna obra que no tenga un carácter agresivo puede ser una obra de arte. La poesía debe concebirse como un violento as-alto contra las fuerzas desconocidas, para obligarlas a arrodillarse ante el hombre.

8. Nos hallamos sobre el último promontorio de los siglos!... ¿Por qué deberíamos mirar a nuestras espaldas, si queremos echar abajo las misteriosas puertas de lo Imposible? E1 Tiempo y el Espacio murieron ayer. Nosotros ya vivimos en lo absoluto, pues hemos creado ya la eterna velocidad omnipresente.

9. Nosotros queremos glorificar la guerra -unica higiene del mundo-, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las hermosas ideas por las que se muere y el desprecio por la mujer.

10. Nosotros queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias de todo tipo, y combatir contra el moralismo, el feminismo y toda cobardía oportunista o utilitaria.

11. Nosotros cantaremos a las grandes muchedumbres agitadas por el trabajo, por el placer o la revuelta; cantaremos a -las marchas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas; cantaremos el vibrante fervor nocturno de los arsenales y de los astilleros incendiados por violentas lunas eléctricas; las estaciones glotonas, devoradoras de serpientes humeantes; las fábricas colgadas de las nubes por los retorcidos hilos de sus humos; los puentes semejantes a gimnastas gigantes que saltan los ríos, relampagueantes al sol con un brillo de cuchillos; los vapores aventureros que olfatean el horizonte, las locomotoras de ancho pecho que piafan en los raíles como enormes caballos de acero embridados con tubos, y el vuelo deslizante de los aeroplanos, cuya hélice ondea al viento como una bandera y parece aplaudir como una muchedumbre entusiasta.



Desde Italia lanzamos al mundo este manifiesto nuestro de violencia arrolladora e incendiaria, con el que fundamos hoy el Futurismo, porque queremos liberar a este país de su fétida gangrena de profesores, de arqueólogos, de cicerones y de anticuarios.

Por demasiado tiempo Italia ha sido un mercado de buhoneros., Nosotros queremos liberarla de les innumerables museos que la cubren toda de cementerios innumerables.

Museos: ¡Cementerios!... Idénticos, verdaderamente, por la siniestra promiscuidad de tantos cuerpos que no se conocen. Museos: Dormitorios públicos en que se reposa para siempre junto a seres odiados e ignotos! Museos: ¡Absurdos mataderos de pintores y escultores que van matándose ferozmente a golpes de colores y de líneas, a lo largo de paredes disputadas!

Que se vaya a ellos en peregrinación una vez al año, como se va al camposanto en el día de los Difuntos..., os lo concedo. Que una vez al año se deposite un homenaje de flores a los pies de la Gioconda, os lo concedo... Pero no admito que se lleven cotidianamente a pasear por los museos nuestras tristezas, nuestro frágil valor, nuestra morbosa inquietud. ¿Para qué querer envenenarnos? ¿Para qué querernos pudrir?

¿Y qué otra cosa se puede ver en un viejo cuadro sino la fatigosa contorsión del artista, que se esforzó por romper las insuperables barreras opuestas a su deseo de expresar enteramente su sueño?... Admirar un cuadro antiguo equivale a verter nuestra sensibilidad en una urna funeraria, en lugar de proyectarla lejos, en violentos gestos de creación y de acción.

¿Queréis malgastar todas vuestras mejores fuerzas en esta eterna e inútil admiración del pasado, de la cual salís fatalmente exhaustos, disminuidos y pisoteados?

En verdad yo os declaro que la visita cotidiana de los museos, bibliotecas y academias (cementerios de esfuerzos vanos, calvarios de sueños crucificados, registros de impulsos tronchados...) es para los artistas igualmente dañina que la tutela prolongada de los padres para ciertos jóvenes ebrios de ingenio y de voluntad ambiciosa. Para los moribundos, para los enfermos, para los prisioneros, sea: el admirable pasado es, tal vez, un bálsamo para sus males, pues para ellos el porvenir está cerrado... Pero nosotros no queremos saber nada del pasado. ¡Nosotros, los jóvenes fuertes y futuristas!

¡Vengan, pues, los alegres incendiarios de dedos carbonizados! ¡Aquí están! ¡Aquí están! ¡Vamos! ¡Prended fuego a los estantes de las bibliotecas! ¡Desviad el curso de los canales para inundar los museos!... ¡Oh, qué alegría ver flotar a la deriva, desgarradas y desteñidas en esas aguas, las viejas telas gloriosas!... ¡Empuñad los picos, las hachas, los martillos, y destruid. destruid sin piedad las ciudades veneradas!

Los más viejos de nosotros tienen treinta años: asi pues, nos queda, por lo men os, una década para cumplir nuestra obra. Cuando tengamos cuarenta años, que otros hombres más jóvenes y más valiosos nos arrojen a la papelera como manuscritos inútiles. Nosotros lo deseamos!

Nuestros sucesores vendrán contra nosotros; vendrán de lejos, de todas partes, danzando sobre la cadencia alada de sus primeros cantos, alargando sus dedos ganchudos de depredadores, y olfateando como perros a las puertas de las academias, el buen olor de nuestras mentes en putrefacción, ya prometidas a las catacumbas de las bibliotecas.

Pero nosotros no estaremos allí... Ellos nos encontrarán, al fin-una noche de invierno en campo abierto, bajo una triste tejavana tamborileada por una lluvia monótona, y nos verán acurrucados junto a nuestros aeroplanos trepidantes y en el acto de calentarnos las manos en el fuego mezquino que darán nuestros libros de hoy, llameando bajo el vuelo de nuestras imágenes.

Alborotarán a nuestro afrededor, jadeando de angustia y de despecho, y todos, exasperados por nuestra soberbia e infatigable osadía, se nos echarán encima para matarnos, impulsados por un odio tanto más implacable cuanto más ebrios estén sus corazones de admiración por nosotros.

La fuerte y sana Injusticia estallará radiante en sus ojos. ¡En efecto, el arte no puede ser más que violencia, crueldad e injusticia!

Los más viejos de nosotros tienen treinta años; sin embargo, nosotros ya hemos despilfarrado tesoros, mil tesoros de fuerza, de amor, de audacia, de astucia y de ruda voluntad; los hemos desperdiciado con impaciencia, con furia, sin contar, sin vacilar jamás, sin jamás descansar, hasta el último aliento... ¡Mi rad nos! ¡Todavía no estamos exhaustos! ¡Nuestros corazones no sienten ninguna fatiga porque se alimentan de fuego, de odio y de velocidad !... ¿Os asombráis?... ¡Es lógico, porque vosotros ni siquiera os acordáis de haber vivido! ¡Erguidos en la cima del mundo, nosotros lanzamos, una vez más,- nuestro reto a las estrellas!

¿Nos ponéis objeciones ?... ¡Basta! ¡Basta! Las conocemos... ¡Hemos comprendido!... Nuestra bella y mendaz inteligencia nos con-firma que nosotros somos el resumen y la prolongación de nuestros antepasados. ¡Tal vez!... ¡Así sea!... ¿Pero qué importa? ¡No queremos entender!... ¡Ay de quien repita estas palabras infames!... ¡Levantad la cabeza!...

¡Erguidos en la cima del mundo, nosotros lanzamos, una vez más, nuestro reto a las estrellas!



F.T. Marinetti

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